domingo, 8 de marzo de 2009
Valor
Por las tardes, al acabar las clases, acudía a su casa para comprobar que todo estuviese en orden. Kafka me esperaba siempre al pie de la puerta principal, a veces con el botín de alguna cacería entre las garras. Escanciaba leche en su plato y charlábamos; es decir, él se bebía la leche y yo monologaba. Más de una vez tuve la tentación de aprovechar la ausencia de los dueños para explorar la residencia, pero me resistí a hacerlo. El eco de su presencia se sentía en cada rincón. Me acostumbré a esperar al anochecer en el caserón vacío, al calor de su compañía invisible. Me sentaba en el salón de los cuadros y contemplaba durante horas los retratos que Germán Blau había pintado de su esposa quince años atrás. Veía en ellos a una Marina adulta, a la mujer en la que ya se estaba convirtiendo. Me preguntaba si algún día yo sería capaz de crear algo de semejante valor. De algún valor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
 

te esta gustando no?
ResponderEliminar